En esta ocasión publico yo, Inés. Siento el retraso, pero me fue imposible publicar el domingo. Espero que os guste.
Esther Santos llega tarde. Como todas las mañanas. La manía de aprovechar hasta el final los últimos segundos que el sueño le otorga hace que siempre tenga que ir con prisas.
Coge las llaves y se dispone a salir de casa. Antes de cerrar la puerta, ve un pequeño bulto sobre el ropero. Se olvidaba la bufanda.
Piensa unos segundos.
Decide cogerla.
El viaje en metro le resulta monótono y aburrido. Como siempre. Alza la vista. El chico que se sienta frente a ella la mira. Es guapo. La sonríe. Se sonroja.
La megafonía del vagón anuncia que ha llegado a su destino. Intercambia una última mirada con él a modo de despedida y baja a la estación.
Anda unos metros. De pronto, alguien la toca el hombro. Se gira. Es él.
-Te has dejado la bufanda.
No puede evitar sonreírle. Aún no lo sabe, pero Esther Santos acaba de conocer a la persona con la que compartirá el resto de su vida.
Decide no cogerla.
El viaje en metro le resulta monótono y aburrido. Como siempre. Alza la vista. El chico que se sienta frente a ella la mira. Es guapo. La sonríe. Se sonroja.
La megafonía del vagón anuncia que ha llegado a su destino. Intercambia una última mirada con él a modo de despedida y baja a la estación.
Anda unos metros. Decide acelerar el paso para tratar de llegar antes y disminuir así la bronca que probablemente recibirá.
El día concluye con total normalidad.
Dedicado a Laura, mi prima, en recuerdo a aquella conversación en el viaje al museo de Sorolla. Porque, sinceramente, creo que hay muchas casualidades de las cuales solo percibimos una décima parte. Y porque no creo en el destino.