martes, 1 de marzo de 2011

Afán de dominación

Publico yo de nuevo, Inés, porque la señorita Patricia es una cansina compulsiva :P

A ver si os gusta :)

El ser humano ha poseído desde tiempos inmemorables el afán de dominación. Quizás por instinto. Quizás por miedo. Pero el hecho es que, desde que el hombre es tal, ha intentado, por todos los medios que poseía, controlar cuanto ha podido. Y podríamos decir que lo ha conseguido. Es dueño de la técnica. Dueño de la sociedad. E incluso dueño de la naturaleza.

Sin embargo, hay algo que se le escapa. Algo que, a pesar del tiempo que ha pasado desde su creación, aún sigue superando a la especie humana: el Sentimiento.

Ya se sabe. Esa espiral, como define Silvia, que crece, que ata, que atrapa, que aflora, que engancha, que no entra, que desborda, que emana, que quema, que ahoga. Que hace sonreír, llorar, gritar, reír, saltar, cantar, soñar, volar. Que sobrepasa.

En un principio, el ser humano intentó, fiel a su naturaleza, controlar esta realidad que se le escapaba. Y un gran sabio, cuyo nombre perdió la Historia, propuso una fórmula para lograrlo. Ideó una cárcel, efímera e intangible, capaz de encerrarlo en su interior. Lo llamó Palabra.

El resto de hombres pareció satisfecho. Mediante la definición podían explicar aquella extraña esencia cuyo origen parecía residir en sí mismos.

Sin embargo, enseguida se dieron cuenta de que aquello resultaba insuficiente. Que era imposible tratar de encerrar algo tan grande en un recipiente tan pequeño. Que carecía de sentido mostrar una Palabra (o un ciento de ellas), con orgullo y una sonrisa, y la etiqueta en el dorso de “Aquí se haya enjaulado un Sentimiento”, así como tampoco lo tenía mostrar la inmensidad del Mar atrapada en un mísero vaso de agua.

Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que jamás seríamos dioses. Cambiamos nuestra visión del mundo. Y aunque el instinto seguía estando presente, aceptamos que aquella realidad siempre permanecería libre, pura e intacta, alejada de cualquier intento de dominación al que tratáramos de someterla. Dejamos de considerar a la Palabra una cárcel. La transformamos en un utensilio. Un embudo que recogía al Sentimiento por su parte ancha y lo depositaba en unas cuantas letras por su parte estrecha. Quedando así en manos de cada individuo la correcta interpretación de la misma, el cual debía tomar el embudo como si fuera un catalejo, y tratar de vislumbrar mediante él aquello que el autor trataba de mostrarnos.

Abandonamos nuestro deseo de hacernos dueño del Sentimiento. Y pasamos a ser dominados por los mismos. Y a tratar de compartirlos de vez en cuando.

Afortunadamente, las cosas resultaron así. Y creedme. Nadie desearía vivir en un mundo en el que las cosas sucedieran de otro modo.


A los amantes de la escritura :)