miércoles, 12 de noviembre de 2014

Delirio



Aquí os dejo algo que he escrito acerca del último libro que he leído, Delirio, una joya que merece muchísimo la pena. Si no habéis leído el libro, os recomiendo encarecidamente que lo hagáis. Y si lo habéis hecho, y además habéis tenido el placer de disfrutar de La casa de los Espíritus, entenderéis a qué me refiero. Un abrazo a todos! :)

Una de las constantes que aparece permanentemente en cada una de las novelas hispanoamericanas que han caído en mis manos es el Realismo Mágico. El Realismo Mágico, o la capacidad de transformar en cotidiano lo sobrenatural y lo extraordinario. De lidiar con la telequinesis y el espiritismo con una aburrida monotonía. De regañar a tu hijo por hablar con los muertos o por mover objetos con la cabeza.

Quizás por eso Delirio me haya atrapado. Porque Laura Restrepo va un paso más allá, da un giro más de tuerca, y arrastra a lo real lo mágico, arrancándolo de esa apacible armonía donde todo aquello sucedía.

En cierto sentido parece como si todo hubiera empezado con una pregunta inconclusa: “¿Qué pasaría si…?”. ¿Qué pasaría si la niña Clara actuara, en un mundo como este, como lo hace en el suyo propio? ¿Si en lugar de enmarcarse en el Realismo Mágico la trajéramos a la actualidad? ¿Si hoy en día se pusiera a leer el futuro y a realizar alguno de sus rituales? La respuesta es la Señorita Agustina Londoño, y se encuentra relatada en la novela de Delirio.

La historia nos llega a través de la voz de cuatro narradores. Bueno. En realidad, es uno solo. Uno solo que, sin embargo, posee el talento de fundirse con cuatro de los personajes que se localizan en cuatro espacios y cuatro tiempos diferentes. Entra y sale de ellos con asombrosa maestría. A veces habla en tercera persona y de repente se sumerge, y busca, y bucea, y habla a través de sus pieles. Y mira a través de sus ojos. No hay puntos y aparte porque en realidad esa omnisciencia no deja paso a que hablen los personajes. El narrador lo es todo. Es quien cuenta. Es quien habla. Es quien describe. Es quien conoce y es quien transmite.

El lector se convierte en una parte imprescindible de la novela; en él reside la responsabilidad de construir la trama. De construir la trama y de llegar al desenlace. De desglosar lo ocurrido. De dotarlo de un sentido. De desenmarañarlo. De ordenarlo. De significarlo. Y así se completa una obra que crece de la parte al todo, y cuya totalidad no se aprecia hasta superar el punto que le da fin. Aquel en el que la historia acaba. Ese delicioso momento en el que entiendes que el pasado más remoto era en realidad un futuro que aún no había acontecido, pues ni Aguilar se había sentado aún a leer los diarios de los abuelos ni Agustina se había puesto todavía a relatar su infancia.

Y ese constante y permanente guiño a La Casa de los Espíritus, que no sé si irá en el libro o irá en mis ojos, pero que aparece escondido en cada una de las esquinas, entre las líneas, en los rincones de las páginas. No sé si seré yo, o si acaso los personajes tienen su doble complementario en el libro de Allende. Una historia que también sucede a lo largo de tres generaciones, en las que hijos heredan de padres sus rasgos, sus deficiencias y su manera de comportarse. En la que la casa posee una esencia que salpica y se distribuye entre los que habitan en ella. Esa familia adinerada, de padre autoritario y violento, de hijos invisibles a los ojos de quienes los concibieron. La presencia de una mujer que se encuentra a medias entre el mundo real y el mundo de lo incierto. Esas mujeres inocentes, bellas y con la gracia de una sirena. La niña que decide compartir su vida con un joven revolucionario e izquierdista. Blanca; porque en ambas historias hay una Blanca. La lucha, en segundo plano, de los ricos y la clase obrera; del patrón y de los que aran la tierra.

Y sin embargo… qué horrible. Qué drama. Es como si los personajes hubieran sido arrancados de ese mundo que no censura la magia. Trasladados a la absurda realidad que la castiga y la señala. La joven Clara chalada. Quién iba a decir que leer el futuro en los pliegues de las sábanas pudiera ser sinónimo de estar tarada. Agustina, por favor, dime algo. Agustina, mi amor, no te pierdas dentro de tu propia cabeza. Agustina, mi Tina, delirante y desvalida. 

A todo aquel al que esta maravilla le haya emocionado. 

jueves, 9 de octubre de 2014

Ébola y España



Aquí os dejo (Inés) lo que toda esta situación del ébola me inspira. No hay nada como escribir para liberar el profundo malestar que genera la incompetencia de unos pocos. 

Han sido múltiples y continuas las ocasiones en las que últimamente algunos políticos de nuestro país han quedado en evidencia debido a su incompetencia y a su falta de escrúpulos.  

Con el ébola, sin embargo, se han coronado. Y ya no por el grado de inutilidad que reiteradamente demuestran en cada una de sus actuaciones (que tiene mucho que comentar), sino por la falta de humanidad que las mismas reflejan. 

Hay que ser muy mezquino, ruin y soez para culpabilizar a la auxiliar de enfermería de haberse contagiado. Para tratar de convencer a la opinión pública de que la responsabilidad no es suya. Para convertir en cabeza de turco a una mujer que se debate ahora mismo entre la vida y la muerte y que ofreció voluntariamente arriesgar su vida para cuidar la de alguien que llevaba luchando contra la injusticia en África desde hacía varios años. Hay que ser muy poco digno. Y muy poco humano. 

Sin embargo, no es algo que pille por sorpresa, porque es una estrategia que ya han utilizado. Y si no, recordad el accidente de metro de Valencia o el del tren de Santiago, donde los únicos responsables señalados fueron los conductores de la maquinaria. Y tampoco es algo que se ciña de manera exclusiva a la clase política, pues son varios los periódicos y periodistas que se han sumado a este linchamiento sin sentido (Ángel Expósito, me has decepcionado tanto). Pero dice tanto de esas personas, que es imposible no sentir un profundo malestar en el cuerpo al ver que existen seres humanos tan poco merecedores del nombre. 

Y quizás, una de los elementos más hirientes de todo este asunto sea comprobar que resulta muy difícil no entrar en su juego y caer en el error. Continuamente escucho frases como “este país es de risa”, “si es que lo que no pase en España…” y otros comentarios similares, en ocasiones pronunciados por mis mismos labios. Cuando la culpa no es nuestra. Ni compartida. Ni un supuesto fruto de nuestra “cultura de vagos e incompetentes”. La culpa tiene nombres y apellidos (y estos no son Teresa Romero). 

En nuestra identidad como país no cabe tal nivel de mezquindad y vileza. España no es eso. España no es ese puñado de incompetentes que dicen representarnos y que tan solo suponen un mínimo porcentaje de lo que en realidad somos.  

Puestos a identificarse con una minoría de los españoles, prefiero hacerlo con aquella que es lo suficientemente valiente como para arriesgar su vida, ya sea yéndose a África o limpiando la habitación de un misionero infectado, que con aquella que diluye su responsabilidad culpando al eslabón más débil. 

Ellos no son España y en absoluto nos representan. 

A Teresa Romero. Ojalá vivas.

domingo, 15 de junio de 2014

Cantautores



De nuevo, y después de una larga temporada sin publicar, os dejo algo que escribí esta mañana, como consecuencia del concierto de Marwan de ayer :) 
 


Creo que lo que más atrapa de escuchar cantautores es el hecho de encontrarse a veces en sus versos.

De sentir de siempre que Madrid está tan vivo que tiene su propia personalidad y descubrir una letra que la considera mujer. 

De superar una ruptura y ver que Marwan también comparte eso de que solo mediante el perdón puede uno reencontrarse. Porque odiar no arregla algo que ya está roto y solo al perdonar se marcha el recuerdo y puede el viento del barrio conducirte hasta otro cuerpo. 

De sentirse junto a un abismo, a la hora de saltar de nuevo, y que Drexler te anime a dar el paso al decir que no todo cae, pues en un breve instante de levedad el amor vence a la gravedad y a la entropía. 

De entender que la vida es eso. No te rindas, por favor, no cedas. Que el amor siempre resiste mucho más de lo que dura. Que tú eras un beso sin rumbo y yo, un corazón sin respuesta. Que sé que no vas a conocerme más que en parte. Que ha vuelto a pasar, que mi anhelo volvió a tomar su propia decisión, independiente de la mía. Que hay cosas que no se pueden responder y lo mejor para sanar es dejar de hacer preguntas a las fotografías. Que, sin lugar a dudas, es mejor disfrutar de la trama que vivir obsesionado con el desenlace. 

Creo que lo que más atrapa de escuchar cantautores es el hecho de encontrarse a veces en sus versos, porque en el fondo te hace ver que tu subjetividad, esa tan tuya, es en ocasiones compartida y que a veces dos personas, aunque no se conozcan y las distancien tiempo y espacio, ven un instante de mundo, viven un momento de vida, desde exactamente el mismo ángulo. 

Cuanta verdad encierran vuestras letras. 

A Gemma y a David. Porque es un placer, tres años más tarde, seguir compartiendo conciertos con vostoros :) 

domingo, 16 de febrero de 2014

Funcionamiento y aspecto de un corazón por dentro.


Hola a todos! De nuevo vuelvo a publicar yo, Inés, porque Patri sigue perezosa. Espero que os guste :)

A veces me pregunto cuál es la probabilidad de que un girasol se rebele. De que edifique su mundo de espaldas a la masa. De que no se deje llevar por el sendero fácil. De que se construya individualmente. De que marque una diferencia en su mundo de iguales. Cuál es la probabilidad, en definitiva, de que exista un girasol girado.

Cabe suponer que las posibilidades son más bien pocas, porque formar parte de la memoria colectiva resulta siempre apetecible. A fin de cuentas a nadie le gusta sentirse insignificante, ni siquiera a las plantas, y estar integrado en un todo dota en parte a la existencia de un sentido.

Por este motivo, aunque no crea en él, supongo que es obra del destino hacer coincidir a dos de estos girasoles en un mismo campo, y más aún, que estén lo suficientemente cerca como para que puedan llegar a conocerse.

Imagino que en el momento en el que lo hacen, la relación surge entre ellos de manera espontánea. Que el otro pasa a formar parte del uno de manera casi automática y viceversa. Una especie amor, entendido por supuesto de manera metafórica, similar a aquel que se teje entre las amapolas que crecen en los campos de trigo.

Y de pronto, seguro, sus días pasarán a sucederse con un ritmo apetecible. Al lunes le seguirá antecediendo el domingo, al martes el lunes, pero de un modo distinto al que la cultura por lo general entiende. En sus vidas habrá aparecido una luz, diferente a la del Sol, pero más luminosa que la del mismo. Un breve destello de esperanza (esperanza de vida, vida de esperanza). Un brillo. Un reflejo. Un resplandor. Un silver linning, como dicen los ingleses.

                Supongo que, en parte debido a todo esto, nadie va entender tanto estas líneas como tú vas a hacerlo, mi querido girasol girado. Constituirán un significado compartido, nuestro significado compartido. Algo que solo los dos poseeremos y que remitirá a uno de los mejores regalos que me han hecho nunca: un trozo de tu talento. Algo cargado de sentido y que para los demás, en cambio, se configurará como un secreto.

Funcionamiento y aspecto de un corazón por dentro. 


A Víctor Estal. Mi querido girasol girado. 

domingo, 19 de enero de 2014

Salvador Dalí

Hola a todos! Soy de nuevo Inés (a ver si Patri vuelve pronto!!). Ahora que por fin he acabado exámenes saco rato para hacer una de las cosas que más disfruto, que es escribir. En esta ocasión os dejo algo que escribí hace mucho, concretamente el 3 de septiembre, cuando fui a la exposición de Dalí. Aquí os la dejo ;) Se aceptan, como siempre cualquier tipo de comentarios, que es un verdadero placer leeros :)

Hoy he ido a la exposición de Dalí, del Reina Sofía, y he de confesar que ha cambiado, al menos en parte, la concepción de Arte que tenía.  

A pesar su fama, asistí a la misma con bajas expectativas. Nunca he sido aficionada a los sinsentidos artísticos, lo admito, y Dalí no se entiende a no ser que se le conozca mucho. Desde la más absoluta de las ignorancias, confieso que algunas vanguardias determinadas y el arte contemporáneo en general me resultan en ocasiones desesperantes. Los cuadros claros y el chocolate espeso. Me exaspera ver en museos obras cuyo valor artístico se me escapa y cuya autoría podría ser fácilmente atribuida a un niño de tres años. No me gusta no entender. Me resulta soberanamente incomprensible.
Así que comencé la exposición con menos arte que gracia. Caminaba por las salas, mirando los cuadros sin verlos, tratando de comprender metáforas cuya imagen no veía, observando obras que no entendía, cuya lógica se me escapaba a pesar de que estoy segura de que se esconde tras cada una de sus pinceladas.
Pero a medida que el tiempo fue pasando, mi actitud fue, sin pretenderlo, cambiando. Poco a poco las pausas comenzaron a ser más y más largas. Cada obra conseguía retenerme un poco más, cautivarme en parte, impregnarme de su magia. Me paraba un poco. Ladeaba la cabeza. Me detenía en detalles. Rastreaba su superficie. Pasaba el rato con ellas.
Y así dejé de intentar entender y pasé a mirar simplemente. Un saltamontes gigante, cientos de hormigas, cuerpos deformados y cabezas torcidas. Cajones y muletas que sostienen hasta lo no sostenible. Agua que cae sobre la nada. Un desierto. Una carretera infinita que desaparece en el horizonte. Relojes que se deshacen con el paso del tiempo. Estilos que se entremezclan y cambian con el paso de los años. Toda una colección de fragmentos de sueños no creados por tu mente. Y así, sin yo quererlo, terminé enamorándome de Dalí.
Siempre había pensado que para apreciar un cuadro necesitas entenderlo. Que el Arte no es más (como si fuera poco) que un trozo de subjetividad que una persona te regala. Una imagen. Una impresión. Un punto de vista que te inunda. Una visión del mundo a través de unos ojos que no son los tuyos. Y por eso las obras de las últimas décadas me resultan tan resbaladizas. Porque es difícil entrar en una subjetividad si no se sabe qué se está viendo.
Y esto, en parte, ha cambiado hoy. He aprendido que se puede disfrutar de un placer estético sin necesidad de comprenderlo. Y confieso que esto me resulta la mar de atrayente e inentendible. Que el ser humano, un buscador empedernido de sentido por naturaleza, disfrute de algo que no lo tiene, o de algo a lo que al menos no se lo encuentra.
Una concepción distintita de belleza que no por ello resulta menos bella.
 
A mi querido David. Por permitirme sentir esto.