sábado, 3 de diciembre de 2011

Oscar Wilde.

Hoy publico yo, Patri. Hacemucho que debería haber actualizado pero no se me ocurrían ideas. Así que hoy mirando por el ordenador he encontrado una carta que hice cuando me dio la vena por Oscar Wilde ajajaja. Es lo único que tengo por ahora!

Un saludo!

He pasado media vida jugando con mi ingenio y ha sido el mismo quien me ha llevado a esto. Ingenio de amor trucado. ¿Me pregunta si he amado? Afirmo en rotundo. Sí. Quise a una mujer pero el destino tomó caminos separados sin pedir permiso. Quizá mucho antes de saber que nos necesitábamos. Bajamos la mirada, aceptamos sin palabras y luego me encerraron. Oscar Wilde, culpable de homosexualidad. Probablemente crea que con esta humilde carta trato de convencerle o comprar su amistad. En tal caso, se equivoca. Una vez perdí mujer e hijo, lo último que busco es mirar por lo que piense el resto. No me importó nunca, ¿por qué iba a hacerlo ahora? Pero no se distraiga, sí que debe sentir miedo. Asústese de mí, preso político de amores prohibidos. Tema estas líneas que rezuman humedad, rencor.
No alargaré más el tedio que supone desconocer mis propósitos siendo estos humildes e… ¿inocentes, tal vez? En esta cárcel de mentiras y muerte, tan solo deseo reírme de usted. Usted, que ha atrapado a un genio. Un genio que le escribe una postal. Una postal forrada en palabras. En palabras manchadas de humor. Humor que suena mudo, que mata. Mata la conciencia. Conciencia hundida, que reflexiona. Reflexión de mentiras, de vergüenza. Vergüenza que le embarga, le corrompe el alma. Alma sucia, negra, vulgar. Vulgar cuerpo, vulgar corazón, vulgar sentimiento. Sentimiento de hastío, de furia, perder la razón. ¿Razón? Razone por qué me ha robado tres días de vida. Vida que le asusta, le horroriza. Horror al hombre, a lo que le inspira. Empieza a darse cuenta… se ruboriza. Quizá sea verdad eso que susurran las llamadas malas lenguas. Aquello de que lo que más detestamos en los otros es lo que llevamos dentro. ¿Me castiga para castigarse? ¿O le castigo para castigarme? Piense en lo que ha hecho, en lo que quiere, en mí y en esta epístola.

Ahora soy yo quien pregunta… ¿es realmente tan horrible?

Suyo, Oscar Wilde.


Pat.

jueves, 27 de octubre de 2011

Presagios

Hola a todos! :)
Vuelvo a publicar yo, Inés, en esta ocasión un relato de miedo, que he escrito para la actividad que hace la Biblioteca del San Gabriel todos los años por el Día de Todos los Santos. Y no me gustaría publicar esto sin mencionar a Roci y a Chus, por compartir conmigo mis ilusiones :)
Además, tb me gustaría agradecer a Mª Ángeles los comentarios que ha hecho por mail a cada uno de los relatos. Muchas gracias, de verdad. Porque impulsarme a seguir escribiendo y hacerme sentir que merece la pena :)
A ver si os gusta. Un beso a todos, y feliz puente! ;)


No sé si habéis tenido alguna vez la sensación de que algo va a salir mal. Un sexto sentido que se dispara. Un nudo en el estómago. Una intranquilidad constante que no para.

Un presagio.

Y no hay nada que puedas hacer para librarte de ello.

Yo tuve uno hará cosa de un año, durante el puente de los difuntos del año pasado. Por si no lo sabíais, los inviernos siempre los paso en mi pueblo. Está en la Sierra de Madrid. Quizás alguno de vosotros haya estado, aunque solo sea de paso. De calles irregulares y estrechas, invadido por el frío desde el mes de septiembre, dominado por los gatos. Un buen lugar donde perderse, sin duda, aunque no sea de forma intencionada.

Lo único malo es que mi casa está algo alejada del centro del pueblo. Así que, siempre que quedo con mis amigos, me toca recorrer una larga carretera que nunca cruza casi nadie. Y, aquella noche, no era ninguna excepción: la carretera estaba desierta. Y un sentimiento incomprensible de malestar general acechaba sin piedad a mi persona.

Volvía a casa. La oscuridad caía penetrantemente sobre ella, siendo la luz de la luna prácticamente incapaz de combatirla. Hacía frío, así que me encogí aún más entre mi abrigo y aceleré el paso. Solo el repiqueteo de mis pisadas se atrevía a romper el silencio que la noche entregaba.

Me froté las manos, tratando de hacerlas entrar en calor. La silueta de la montaña se distinguía a lo lejos, levemente iluminada por el sinfín de luces de las casas. El aullido de algún perro sonó de pronto, seguido por otros que estaban más cerca de donde me encontraba. Instintivamente aceleré el paso. Pasé entonces al lado de la amarilla mirada de un puñado de gatos que seguían mis pasos atentamente, moviendo al compás su cabeza. Parecían estar esperando una orden que les permitiera lanzarse a la caza.

Un viento gélido me hizo estremecer. Algo me impedía permanecer tranquila. La irracional certeza de que algo horrible iba a ocurrirme aquella noche. Y no sabéis cuánta razón tenía.

Creo que fue entonces cuando empezó a parecerme que alguien me seguía, aunque al principio quisiera atribuir aquel sonido seco de pisadas al producto de mi imaginación. El viento trajo consigo el ulular de algún búho perdido entre los árboles. El cielo, arañado por millones de ramas sin hojas, era de un color rojo apagado.

Empezó a hacerse evidente. No estaba sola. El eco amplificaba el crujido de sus botas contra el suelo. El pulso comenzó a acelerárseme. “No es nada, tranquila”, me decía, pero mi conciencia tenía más miedo que yo, y era incapaz de calmar a nadie.

Mil historias de muerte, dolor y sangre atravesaron mi cabeza. ¿A quién pretendía engañar? Alguien me estaba siguiendo. Oía sus pisadas. ¡Las oía! Cada vez más y más cerca. Dios, estaban tan cerca. Tan cerca que, si se lo proponía, podría atraparme. Y, entonces, ¿qué ocurriría? ¡Estaba tan cerca!

En un acto impulsivo, tratando de aplacar mi nerviosismo, me di la vuelta. Y la silueta de un hombre apareció ante mis ojos.

“Espera, no voy a hacerte daño”. Aquella frase fue decisiva. Empecé a correr, como nunca antes lo había hecho. El deseo de escapar de allí era mi impulso, lo que invadía mi mente, lo que dirigía mis movimientos. Corría y corría, rezando para mis adentros. Deseaba llegar a casa con todo mi ser, pero aquella maldita carretera no parecía acabarse nunca. Si conseguía doblar aquella curva, aunque fuera para perderle de vista…

Y entonces, oyendo mis súplicas, dos luces aparecieron por el horizonte. Miré atrás de nuevo, asustada, pero aquel hombre estaba aún bastante lejos. “En breves –pensaba- estaré dentro de ese coche, acordándome de esto, y riéndome de las tonterías que me ocurren”. Me puse en medio de la carretera. Las luces eran cada vez más grandes, y la idea de su cercanía me hacían sentir segura. Extendí los brazos y comencé a hacer señas para que el vehículo no pasara de largo.

Pero creo que no llegó a verme. No sé qué pasó después. Mis recuerdos se detienen en ese instante, mezclados por una luz de faros cegadora y por el intenso sonido de un frenazo que no llegó a tiempo.

Desde entonces, cuando me siento con la suficiente energía, deambulo por el lugar y miro la carretera con cierta tristeza. No hago gran cosa. Simplemente intento llamar la atención a los conductores que tienen que atravesar la zona.

Y, os parecerá ridículo, pero desde entonces todo el mundo en el pueblo parece hablar de mí. Yo, que siempre fui invisible ante los ojos de aquella gente, protagonizo sus conversaciones y pueblo sus peores sueños. ¿No es asombroso?

La niña la curva, creo que me llaman.

El relato se lo dedico a Patri Sánchez. Porque ambas sabemos el miedo que da regresar a nuestra casa solas y por la noche atravesando aquella dichosa carretera ;)

jueves, 22 de septiembre de 2011

Filosofando...

Hola a todos! Aquí ando yo, Inés, publicando de nuevo :)

A ver si os gusta :)


En días como hoy me doy cuenta de lo poco que acompasan las palabras a la realidad que describen.

De manera natural usamos expresiones cargadas de tal peso que una sola de sus sílabas sería capaz de tumbar al más fuerte de los hombres.

Y…¿por qué no lo hacen? Porque abusamos de su mayor y único enemigo: convertir en cotidiano su uso las vacía de significado, haciendo que la armonía entre palabra y realidad quede rota, se transforme en la repetición de unos sonidos a cuya música nos hemos acostumbrado.

¿Cómo saber cuando algo es lo suficientemente grande como para ser llamado? De lo que sea, de cualquier cosa. ¿En qué momento el sentimiento merece nombre?

Ahí reside el misterio. Y por miedo a quedarnos cortos, nos pasamos de largo.


A Belén, amante de las palabras :) Por la ilusión que me hace que sigas el blog :)

martes, 13 de septiembre de 2011

#

¡Sorpresa! A pesar de llevar una eternidad sin pasarnos por aquí el blog no ha muerto! Soy Pat, y hace un montón que no publico, así que subo esto, que es lo único que he escrito en el verano y es bastante pobre. Mis disculpas. :)



Agosto está matando las calles. La suciedad permanece en el suelo pero apenas hay quien pueda pisarla. La mugre pide a gritos un poco de algarabía. El calor anula las mentes y los corazones. Como zombis, poco más de una decena de almas cuyo rumbo desconozco, deambula sobre el empedrado. Un hombre embriagado por el alcohol da palmas entonando una canción que no he oído nunca. Es seguido por un compañero de borrachera que descuida su imagen y deja al descubierto partes de su cuerpo que desearía borrar de mi memoria. El olor a wisky es terriblemente penetrante. Me pregunto en qué constelación estarán ahora, y a quién irán destinados sus cánticos. A duras penas cruzan la calle y decido pasar a otra cosa.

Entro en el supermercado. Apenas necesito comprar un par de cosas pero agradezco el fresco que reina en el interior. Los gritos de tres niños desaliñados llaman mi atención. Juegan a ser rebeldes sin saberlo.
-Le he tocado el culo.
Habla de la mujer que le precede. Miente para sentirse mejor que el resto.
-Le habrás tocado el culo a tu madre, porque a mí, no.- Espeta la mujer.

Me alegro de que haya aplacado su insolencia y pago, satisfecha. Es increíble cómo te fijas en el resto cuando no tienes nada mejor que hacer.

Antes de salir a la calle, decido echar un vistazo a la parte superior. Observo un sinfín de libros sin pararme en sus reseñas. Me imagino a mí misma, un día, frente al ordenador. Un documento de Word abierto y cuatrocientas páginas rellenas con una historia inventada. Me río para mis adentros pensando en esa imaginación de la que carezco. Y en lo mucho que me gusta escribir sobre cosas que han pasado de verdad. Puede que sea porque, en la mayoría de los casos, la realidad es asombrosamente emocionante.

Un grupo de hombres mal vestidos ocupan gran parte de la acera. Se miran desafiantes y discuten en un idioma que no soy capaz de entender. Tienen marcas en los brazos y mucha historia detrás de sus pupilas. No estoy segura de si van a pelear pero prefiero no quedarme a comprobarlo.

Subo la calle, con el bochorno golpeándome en la cara mientras miro alrededor y veo la falta de esperanza. De todos aquellos transeúntes atados a trabajos que solo les permiten malvivir. A la ausencia total de sueños. A los pies cansados, los hombros molidos, las cabezas gachas. A las malas voces, los malos gestos, las malas miradas.

Las terrazas, en cambio, gozan de un color distinto. Gente disfrutando de la copa de las ocho. Riendo y hablando. Evadiendo el trabajo y las responsabilidades. Haciendo planes de futuro. Saboreándolos de antemano.

El calor no se desvanece. Se avecina otra infernal noche sofocante.


Pat.♥


martes, 1 de marzo de 2011

Afán de dominación

Publico yo de nuevo, Inés, porque la señorita Patricia es una cansina compulsiva :P

A ver si os gusta :)

El ser humano ha poseído desde tiempos inmemorables el afán de dominación. Quizás por instinto. Quizás por miedo. Pero el hecho es que, desde que el hombre es tal, ha intentado, por todos los medios que poseía, controlar cuanto ha podido. Y podríamos decir que lo ha conseguido. Es dueño de la técnica. Dueño de la sociedad. E incluso dueño de la naturaleza.

Sin embargo, hay algo que se le escapa. Algo que, a pesar del tiempo que ha pasado desde su creación, aún sigue superando a la especie humana: el Sentimiento.

Ya se sabe. Esa espiral, como define Silvia, que crece, que ata, que atrapa, que aflora, que engancha, que no entra, que desborda, que emana, que quema, que ahoga. Que hace sonreír, llorar, gritar, reír, saltar, cantar, soñar, volar. Que sobrepasa.

En un principio, el ser humano intentó, fiel a su naturaleza, controlar esta realidad que se le escapaba. Y un gran sabio, cuyo nombre perdió la Historia, propuso una fórmula para lograrlo. Ideó una cárcel, efímera e intangible, capaz de encerrarlo en su interior. Lo llamó Palabra.

El resto de hombres pareció satisfecho. Mediante la definición podían explicar aquella extraña esencia cuyo origen parecía residir en sí mismos.

Sin embargo, enseguida se dieron cuenta de que aquello resultaba insuficiente. Que era imposible tratar de encerrar algo tan grande en un recipiente tan pequeño. Que carecía de sentido mostrar una Palabra (o un ciento de ellas), con orgullo y una sonrisa, y la etiqueta en el dorso de “Aquí se haya enjaulado un Sentimiento”, así como tampoco lo tenía mostrar la inmensidad del Mar atrapada en un mísero vaso de agua.

Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que jamás seríamos dioses. Cambiamos nuestra visión del mundo. Y aunque el instinto seguía estando presente, aceptamos que aquella realidad siempre permanecería libre, pura e intacta, alejada de cualquier intento de dominación al que tratáramos de someterla. Dejamos de considerar a la Palabra una cárcel. La transformamos en un utensilio. Un embudo que recogía al Sentimiento por su parte ancha y lo depositaba en unas cuantas letras por su parte estrecha. Quedando así en manos de cada individuo la correcta interpretación de la misma, el cual debía tomar el embudo como si fuera un catalejo, y tratar de vislumbrar mediante él aquello que el autor trataba de mostrarnos.

Abandonamos nuestro deseo de hacernos dueño del Sentimiento. Y pasamos a ser dominados por los mismos. Y a tratar de compartirlos de vez en cuando.

Afortunadamente, las cosas resultaron así. Y creedme. Nadie desearía vivir en un mundo en el que las cosas sucedieran de otro modo.


A los amantes de la escritura :)

domingo, 9 de enero de 2011

Brindis

En esta ocasión, vuelvo a publicar yo (Inés). Así que aquí os dejo una nueva historia. Feliz año nuevo a todos, por cierto :)

-Un brindis por el año que escapa.

Las copas se alzaron titubeantes, sorprendidas por el repentino protagonismo que habían adquirido. Temían no estar a la altura del arduo recado que se les había encomendado. Tragaron saliva, dubitativas. ¿Cómo podían lograr esconder con éxito a la Verdad a través de una superficie pura, impoluta y transparente?

Respiraron hondo, tratando de concentrarse y con decisión y valentía se lanzaron a la aventura, dándose el esperado abrazo y tapando como pudieron el hueco que entre ellos se formaba.

Los invitados esperaron impacientes, deseosos de escuchar la melodía clave que le sindicara que todo marchaba bien. Alguno incluso mantuvo el aliento.

Pero nada.

Fue en vano.

El sonido producido fue apagado, roto y triste y se propagó por la habitación como un eco seco y vacío.

Un suspiro profundo y simultáneo se formó en la sala.

De nada servía engañarse.

Todo el mundo había percibido el tintineo de la copa ausente.


Dedicado a todo aquel que haya escuchado estas Navidades el horrible y doloroso tintineo de la copa ausente.